Después de tantos días de lluvia por fin el sol nos da vitaminas. La entrada de la estación más colorida y floral del año está a la vuelta de la esquina y no podíamos evitar visitar el paisaje tan heterogéneo que nos ofrece el camino que une Aguilar de la Frontera y Moriles; viñedos, almendros en flor y olivar.

Antes de llegar hasta esos campos, hicimos nuestra parada obligatoria en el municipio de Aguilar de la Frontera, donde las huellas del pasado han dejado su marca en el rico patrimonio monumental. Muestra de ello son las iglesias levantadas entre los siglos XVI al XVIII, diseminadas por su casco urbano, y sus monumentos más representativos, el Castillo de Poley o Bulay (1471), la Plaza de San José de original planta octogonal (1813) y la Torre del Reloj (1774).

 

 

 

Este municipio destaca, entre otras cosas, por su gran inclinación por el mundo del vino. Prueba de ello son las singulares figuras que nos encontramos en una de las rotondas de entrada al pueblo. Junto a esta rotonda, en la Avenida Antonio Sánchez, nos encontramos con Bodegas Toro Albalá, uno de los grandes templos de la Denominación de Origen Montilla-Moriles, y muy conocida por sus grandes vinos y vinagres. La puerta de acceso ya impresiona, pero la calidez con la que te tratan te hace sentir que estás como en casa, y sin olvidar el mimo que les dedican a sus productos.

 

 

Esta bodega aguarda un gran patrimonio expuesto en su impresionante Sala de Catas y en un museo oculto bajo su suelo. Si no fuese porque tenemos mascarillas, nos observaríamos como todos estaríamos con la boca abierta. Es imposible mantenerla cerrada…

 

 

Continuando el trayecto, ponemos rumbo a Moriles. Pero antes nos detenemos a medio camino para nutrirnos de las singulares vistas de la campiña sur cordobesa. ¡Qué gozada! Ante nuestros ojos, un inmenso campo en todo su esplendor. Las preciosas hileras de almendros ya han florecido. Sus numerosos pétalos han dejado de hibernar para deleitarnos con sus delicados colores, y los que se encuentran caídos, forman la ilusión de una alfombra rosada sobre la tierra.

 

 

Y como si todo fuera los ingredientes de una receta, y el paisaje fuera el plato preparado, nos topamos con nuestro elemento estrella: los viñedos de Bodegas Lagar El Monte, que se alzan sobre el suelo #Morilesalto, viendo sus primeros brotes nacer.

 

 

 

La bodega se encuentra en la localidad cordobesa de Moriles. Nos cuentan que anteriormente fue una aldea llamada Zapateros y pertenecía a Aguilar de la Frontera Se constituye como municipio independiente en el Siglo XX por una Real Ley firmada por Alfonso XIII, adoptando el nombre de Moriles, que es el de unos pagos —Moriles Altos y Moriles Bajos— existentes en las proximidades de la aldea, famosos por la calidad de sus vinos. Este municipio posee un gran valor patrimonial vitivinícola, donde numerosos lagares se conservan como si fuesen reliquias.

 

 

Nos dirigimos a las instalaciones del Lagar el Monte. Resalta por ser una empresa familiar que se ha mantenido de generación en generación, y de hecho, la vivienda familiar se encuentra a escasos metros de la bodega. Al propietario le apasiona contar a todo visitante la historia que esconde cada una de sus botas, los vinos que duermen y el porqué de los curiosos nombres con los que etiqueta cada uno de sus vinos.  En el interior de la bodega, nos detiene el aroma a madera y a vino, invitándonos a adentrarnos en este maravilloso universo.

 

 

Como curiosidad, contaros lo que tienen preparados para dar los paseos por sus viñedos; un todo terreno para los grupos más pequeños o un trenecito si es más numeroso. Elija el que se elija, ¡la experiencia es super divertida!

 

 

 

 

A escasos 300 metros de Bodegas Lagar El Monte, nos topamos con Industrias Artesanas Castillo de Moriles, quien tiene entre sus instalaciones, el Museo del Mosto. En él rememoramos antiguas tradiciones que se han quedado en el olvido y que al pueblo le gusta mantener en su memoria (maquinaria y herramientas para la transformación y tratamiento de la uva, exposición de fotos y representaciones de las diversas fases de la producción del mosto, etc).

 

 

Tras viajar por el tiempo, nos endulzamos un poco la boca y paseamos por El Obrador. Se ha conformado como una industria artesanal donde prima la calidad de sus productos. Allí nos hemos encontrado con una gran diversidad de postres y dulces con los que se nos ha hecho la boca agua y hemos caído en la tentación.

 

 

Después de probar tantos dulces, decidimos dar un último paseo para despedirnos de este paisaje. Nos encontramos con la brisa, el sonido de la naturaleza, y el contacto con los rayos de sol. Es tan perfecto el lugar, que paras el tiempo…  (aunque también he aprovechado la ocasión y me he tomado una fabulosa foto junto a las viñas…), y te viene a la cabeza el pensamiento de que no es necesario irse muy lejos para vivir una experiencia enriquecedora y memorable.

 

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